Se habla mucho del aprendizaje colaborativo como una metodología al alza, basada en trabajar en grupos pequeños, en el que cada uno trata de aprender y de que, al mismo tiempo, aprendan sus compañeros. No hay tareas individuales, y no se trata de que un alumno destaque sobre los demás en el grupo. Es una cooperación entre iguales. No es algo novedoso, hace más de un siglo el pedagogo estadounidense John Dewey ya desarrolló la experiencia como principal concepto de la teoría del conocimiento. El abogaba por darles a los alumnos “algo que hacer”, no “algo que aprender”, y como el “hacer” les obligará a pensar, el resultado natural es el aprendizaje.
Podemos aprender, por ejemplo, habilidades sociales, realizando actividades que obliguen a la cooperación, solucionando problemas en grupo, obligando al alumno a hacerse preguntas, al estilo del coach, llegando a la solución por diferentes vías y consiguiendo una auténtica autonomía en el aprendizaje, sin que al final sea necesaria la intervención del profesor. Del docente se espera que forme los grupos heterogéneos, que calme la ansiedad inicial de los alumnos, que sirva de guía, de desatascador de conflictos, sugiera mejoras y fomente la creatividad de los participantes y evalúe el resultado.
David Cuadrado, autor del libro “Coaching para niños o mejor para padres”, nos indica que enseñemos a nuestros hijos a “coopetir”. No es una errata, consiste en preparar a los hijos para competir cooperando o al contrario cooperar compitiendo. No se busca que sean los mejores a nivel individual en una actividad, sino que su equipo sea el mejor. Con eso evitamos, entre otras cosas, que dentro de un mismo grupo sus componentes compitan entre ellos restándole fuerza al grupo. Cooperar no es lo mismo que colaborar, aunque son términos que se suelen usar indistintamente.
Cuando cooperamos, asumimos un objetivo común, cuando colaboramos esto no es necesario. Por lo tanto el lazo que nos une al cooperar es mucho más fuerte que el que nos une al colaborar. Cooperar supone además una dedicación máxima, una implicación personal, desinteresada y afectiva en el proyecto, que suele ser de duración imprecisa, hasta alcanzar el objetivo mientras que la colaboración solamente implica una ayuda formal e interesada en una parte del proyecto, con un horizonte temporal ya definido.