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lunes, 27 de julio de 2015

Colaborar, cooperar, competir, “coopetir”

Se habla mucho del aprendizaje colaborativo como una metodología al alza, basada en trabajar en grupos pequeños, en el que cada uno trata de aprender y de que, al mismo tiempo, aprendan sus compañeros. No hay tareas individuales, y no se trata de que un alumno destaque sobre los demás en el grupo. Es una cooperación entre iguales. No es algo novedoso, hace más de un siglo el pedagogo estadounidense John Dewey ya desarrolló la experiencia como principal concepto de la teoría del conocimiento. El abogaba por darles a los alumnos “algo que hacer”, no “algo que aprender”, y como el “hacer” les obligará a pensar, el resultado natural es el aprendizaje.
Podemos aprender, por ejemplo, habilidades sociales, realizando actividades que obliguen a la cooperación, solucionando problemas en grupo, obligando al alumno a hacerse preguntas, al estilo del coach, llegando a la solución por diferentes vías y consiguiendo una auténtica autonomía en el aprendizaje, sin que al final sea necesaria la intervención del profesor. Del docente se espera que forme los grupos heterogéneos, que calme la ansiedad inicial de los alumnos, que sirva de guía, de desatascador de conflictos, sugiera mejoras y fomente la creatividad de los participantes y evalúe el resultado.
David Cuadrado, autor del libro “Coaching para niños o mejor para padres”, nos indica que enseñemos a nuestros hijos a “coopetir”. No es una errata, consiste en preparar a los hijos para competir cooperando o al contrario cooperar compitiendo. No se busca que sean los mejores a nivel individual en una actividad, sino que su equipo sea el mejor. Con eso evitamos, entre otras cosas, que dentro de un mismo grupo sus componentes compitan entre ellos restándole fuerza al grupo. Cooperar no es lo mismo que colaborar, aunque son términos que se suelen usar indistintamente.
Cuando cooperamos, asumimos un objetivo común, cuando colaboramos esto no es necesario. Por lo tanto el lazo que nos une al cooperar es mucho más fuerte que el que nos une al colaborar. Cooperar supone además una dedicación máxima, una implicación personal, desinteresada y afectiva en el proyecto, que suele ser de duración imprecisa, hasta alcanzar el objetivo mientras que la colaboración solamente implica una ayuda formal e interesada en una parte del proyecto, con un horizonte temporal ya definido.


miércoles, 22 de julio de 2015

El largo y cálido verano

A finales de junio, llegan las hogueras de San Juan y los alumnos desaparecen de nuestra vista hasta septiembre. Cuando eres joven el verano parece eterno, el tiempo se ralentiza y hace honor al título de la entrada tomado de la película de Paul Newman y Orson Welles, basada en varios relatos de William Faulkner.
Pero cuando eres docente, el verano es apenas un breve paréntesis de mes o mes y medio y antes de darte cuenta, septiembre llama a las puertas. Entonces comienza, para muchos, la tarea de hacerse con un nuevo grupo de alumnos, distinto aunque, en apariencia, similar al grupo del curso pasado. Y la tentación es aplicar las mismas disciplinas, las mismas herramientas creyendo que cada curso es la repetición del anterior. Y entonces, poco a poco, sin darnos cuenta caemos en una peligrosa rutina. Todos estamos de acuerdo en que los chicos de hoy no son iguales que los de hace diez o veinte años. Y en algún momento, el cambio que ellos experimentan nos pilló a nosotros haciendo lo mismo una y otra vez.
Por eso cuando nos paramos y analizamos el entorno vemos que la sociedad está cambiando a pasos agigantados y nosotros vamos cada día perdiendo el ritmo. Entonces surgen las dudas, las inseguridades sobre si seremos capaces de llegar a los alumnos con nuestro lenguaje, con nuestras reglas o si debiéramos, por el contrario, intentar ponernos al día, ser capaces de utilizar las nuevas tecnologías. Lo más probable, entonces, es que nos encontremos con que nadie nos ayuda, nadie nos apoya, no hay una formación continua y gratuita al alcance de los profesores salvo lo que cada uno buenamente se busque por sí mismo.
El verano puede ser un buen momento para, además de descansar, reflexionar sobre aquellas cosas que vamos a necesitar para el próximo curso. De la misma manera que los chicos se afanan en estrenar su mochila, sus estuches y sus cuadernos, nosotros deberíamos ponernos a la tarea de encontrar nuevas herramientas, nuevos planteamientos, nuevas ideas, en suma, para abordar el curso que viene. No valen excusas, todos tenemos que gestionar los cambios en la educación, el cambio del papel del docente, la necesaria implicación de las familias con el centro, las TIC y las TAC y la consolidación o no de la nueva Ley de Educación LOMCE.

Y aunque a veces lo vemos todo negro, parece que los cambios nos superan, siguiendo la línea de la película antes citada, donde todo parece indicar un final explosivo y dramático, el director Martin Ritt nos propone un “happy end”, un final feliz al que también tenemos que aspirar para cuando vaya terminando este largo y cálido verano. 

jueves, 16 de julio de 2015

La soledad del superdotado

Entre el 10 y el 20% de los alumnos presenta en algún momento de su infancia altas capacidades en una actividad concreta y, de ellos, un tercio podrán considerarse como superdotados. Son niños diferentes, ni mejores ni peores. Los alumnos de Altas Capacidades necesitan comprensión y la adecuación de su educación, entendiendo que no tienen únicamente un coeficiente intelectual alto, sino que además tienen talento natural y suelen ser precoces.
Son los profesores y orientadores escolares los encargados de hacer las valoraciones con las limitaciones de tiempo, recursos y capacitación que eso puede suponer. No se pueden guiar por unas características físicas pero influye mucho el ambiente familiar y social y sobre todo el entorno escolar para que el niño con altas capacidades pueda desarrollar toda su potencialidad. Contrariamente a lo que se suele pensar los profesores no se pueden basar en los resultados académicos para detectar a los alumnos con las altas capacidades o superdotados. Al contrario, más del 20% de estos niños sufren fracaso escolar ya que el alumno normalmente se aburre en clase y no tiene interés en explicaciones que él ya tiene asumidas. El sistema no es inclusivo, lo correcto sería adaptarlo y conseguir una educación de cooperativismo. Estos niños diferentes rechazan el colegio porque no le da respuesta a sus capacidades y muestran desinterés, indiferencia y, a veces, sufren el acoso de otros compañeros que perciben a un niño diferente. Y si no recibe estímulos extras acaba rechazando el sistema y suele obtener malos resultados académicos.

Para evitarlo debemos potenciar el desarrollo de las habilidades sociales de los niños en los momentos clave de su crecimiento. Estimular las capacidades intelectuales, proporcionar un ambiente que facilite la convivencia y propiciar la integración social de los jóvenes. Hay niños precoces hasta los seis años. A estas edades todavía no se sabe si realmente son altas capacidades o simplemente es una evolución precoz que luego se estanca. La educación no está pensada para ellos. Un niño de altas capacidades realmente no tiene porque destacar en nada, ni ser un genio de las matemáticas o de la pintura.
Para los padres supone un reto cuando sus hijos disponen de un certificado de altas capacidades. Este informe puede proceder de una entidad pública o de un gabinete privado homologado. Si no tienen la suerte de que reciba una buena atención en el colegio deben luchar agrupándose a otros padres en asociaciones como la Asociación Española de Superdotación y Altas Capacidades, AESAC, o alguna de las asociaciones que existen a nivel autonómico y tratar de conseguir una educación adaptada a las necesidades de sus hijos. Los padres, no lo olvidemos, son los máximos responsables de la educación de sus hijos y a los que más les debería importar.
 

viernes, 10 de julio de 2015

Del fracaso escolar al elogio del profesor

Estamos en la Sociedad de la Información y del Conocimiento, pero si nos paramos a analizarla en detalle, la verdad es que parece que nuestro Sistema Educativo se ha beneficiado muy poco de ella. Cierto es que nunca tuvimos tanta información pero para transformar esa información en conocimiento necesitamos algo más. En muchos centros escolares sigue predominando el corporativismo y la endogamia, y se comportan como burbujas ajenas a la sociedad y a sus cambios. Por otro lado, fuera de ellos apenas se conoce la tarea que los profesores llevan a cabo y los medios con los que cuentan. En esa incomunicación radica uno de los problemas de nuestros Sistema Educativo y nos impide abordar las mejoras que necesita imperiosamente.
Para abordar esas mejoras, según Luisa Juanatey, autora del libro, ¿Qué pasó con la enseñanza?, de la editorial Pasos Perdidos, con el subtítulo Elogio del Profesor, habría que abrir un debate en el que los docentes aportaran sus experiencias y los legisladores se aprovecharan de ella. Esta profesora recientemente jubilada aboga por un sistema “que te garantice que tus alumnos de quince años sepan leer y escribir con cierta soltura para que tú puedas seguir construyendo y no tengas que acabar aprobándoles sin que alcancen el nivel necesario, con consecuencias lamentables”.
Los profesores se quejan frecuentemente de esa imagen irreal que muchos les achacan: privilegiados, con veinte horas de clase a la semana, dos meses de vacaciones, etc. Pero esta visión es profundamente injusta ya que la mayoría de ellos pueden presumir de su dedicación y entusiasmo a la tarea de enseñar, de sacar adelante a estudiantes por los que nadie apostaba, sin ayuda de las autoridades y a veces ni de los propios padres. El problema suele radicar en que todo el mundo cree saber lo que ocurre en el campo de la formación, y los propios expertos suelen hacer más mal que bien cuando exponen sus recetas elaboradas en un despacho pero sin probarlas en el día a día de las aulas.
Ya han pasado más de treinta años desde que Bernabé Tierno, recientemente fallecido, publicó su primer libro, El fracaso escolar, de Plaza & Janes, con una gran repercusión en todo el país. De esta obra, se extraía la conclusión clara de que la primera causa del fracaso escolar es que los niños, en esa época, no sabían estudiar. Desde entonces, llevamos aplicadas seis grandes leyes de educación y no hacemos más que dar vueltas a lo mismo: el mal funcionamiento de nuestro Sistema Educativo. ¿Hasta cuándo?
 

domingo, 5 de julio de 2015

Pigmalión o Golem, tú decides

Los padres quieren que sus hijos sean felices, pero además de su bienestar tienen que enseñarles a gestionar sus momentos de aburrimiento, de soledad, sus pequeños fracasos. Para ello necesitan transmitir confianza, empatía, solidaridad, creatividad y una herramienta que les permita combinarlas de manera adecuada: la inteligencia emocional. La gestión de los conflictos dentro del grupo es una asignatura más en el camino de esa educación y el éxito radica en encontrar el equilibrio entre la razón y el corazón a la hora de resolverlos. En la vida hay decisiones que se toman con el sentimiento y otras que se asumen desde la lógica. Pero para la mayoría de las cosas importantes de la vida, la clave para no equivocarse es la mezcla en la proporción justa.
En todo esto, la escuela juega un papel fundamental. Padres y profesores debemos de tirar del carro en la misma dirección a través del diálogo y el respeto entre ambos. Podemos compartir nuestras expectativas mutuas sobre los hijos y alumnos respectivos, centrándonos en los aspectos positivos y trabajando sobre ellos. Ambos debemos creer en sus posibilidades de forma sincera porque, de acuerdo con el efecto Pigmalión, eso se reflejará de forma inconsciente en nuestra conducta y mejorará su rendimiento académico. El psicólogo Robert Rosenthal y la directora de una escuela primaria de San Francisco Lenore Jacobson investigaron y publicaron en 1966 los factores que determinan dicho efecto entre los docentes: cuando creemos en un alumno, inconscientemente, tendemos a tener con él una mejor comunicación, nos volcamos más en su aprendizaje, tendemos a buscar su participación en clase y lo solemos poner como ejemplo reforzando su autoestima.
Este efecto también funciona al contrario, cuando tenemos expectativas bajas sobre un alumno, nos comportaremos inconscientemente de tal manera que acentuaremos los resultados negativos. Entonces hablaremos del efecto Golem, el gigante de pies de barro de los judíos. Al igual que el escultor griego conseguía a su mujer ideal a partir de una estatua, con la ayuda de Afrodita, padres y profesores podemos hacer de los chicos mejores profesionales y sobre todo mejores personas. Ese es nuestro reto y nuestra obligación.
En la famosa obra de George Bernard Shaw basada en el mito Pigmalión, el profesor Henry Higgins apuesta con su amigo el coronel Pickering que puede convertir en seis meses a una corista en una distinguida dama. En una de las escenas, la protagonista, Eliza Doolittle le dice al coronel "la diferencia entre una dama y una florista no está en cómo se comporta, sino en cómo es tratada. Yo siempre seré una florista para el Profesor Higgins, porque él siempre me trata como una florista, y siempre lo hará; pero yo sé que puedo ser una dama para usted, porque usted siempre me trata como una dama, y siempre lo hará".