La clase al revés o “flipped classroom” pretendía en su origen llegar a alumnos que no podían asistir a clase. Para ellos se grababa en vídeo la explicación teórica del profesor y los alumnos lo veían en su casa. Lo que comenzó como una actividad extraescolar para unos pocos pronto se extendió a todos los alumnos que sí asistían a clase. Éstos previamente debían ver los vídeos con las explicaciones del profesor y el tiempo en el aula servía para debatir los temas tratados.
Esta metodología convierte a los alumnos en protagonistas. Ellos con sus debates dirigen realmente la clase y aquel que no ha visionado previamente los vídeos simplemente no puede participar. Ese miedo a quedarse fuera de la discusión les motiva para llegar a clase con los contenidos del día ya analizados. Así el tiempo de cada clase se vuelve más productivo para los jóvenes que ya no se limitan a escuchar las explicaciones del profesor, sino que plantean problemas y desarrollan proyectos.
Una de las competencias clave en educación es alcanzar un adecuado desarrollo en tecnología. La “clase al revés” fomenta el buen uso de las aplicaciones y aumenta la competencia digital de los alumnos. Asimismo, consigue desarrollar en ellos el espíritu crítico, la flexibilidad y la autonomía personal. En esta misma línea, los docentes pasan de ser meros profesores a acompañantes de los alumnos en su desarrollo tecnológico. Y eso supone, sin duda, un gran esfuerzo para la mayoría de ellos.
Las familias deben también poner su granito de arena, ya que los alumnos al revisar los contenidos de los vídeos van a necesitar el seguimiento y apoyo de sus familiares a los que van a acudir con las inevitables dudas. En definitiva se trata, utilizando el término en inglés “to flip” , de agitar o sacudir nuestro modelo educativo para que los alumnos comprendan en lugar de memorizar, que interioricen en lugar de olvidar e incorporen parte de sus reflexiones propias en los temas de estudio.