Todos los miembros de la comunidad educativa coinciden en que hay que cambiar la manera de plantear la educación. Unos abogan por suprimir asignaturas y exámenes, otros eliminan pupitres y deberes y otros optan por la gamificación. Esta nueva estrategia trata de motivar a los alumnos a base de mecánicas y dinámicas de juegos para potenciar el esfuerzo, la disciplina y otros valores positivos. Esa motivación inicial del alumno ante el juego debemos de mantenerla a base de trabajo.
El verdadero cambio se da con la llegada de los videojuegos y el crecimiento de su uso por los jóvenes, lo que permite cambiar el ambiente de la clase. En los juegos no solo debe de haber insignias, diplomas o premios a los ganadores, fomentando el deseo de superación, también debe de ser ameno y divertido para todos.
Hay que conseguir involucrar al alumno en la historia viviendo la asignatura en primera persona. Para ello es imprescindible conocer sus motivaciones y darle el papel protagonista. Los alumnos se organizan en grupos y tienen que ayudarse entre ellos a través de tareas de aprendizaje cooperativo. Deben reaccionar ante los giros inesperados de la historia y gestionar en un ambiente de incertidumbre similar al de la vida real, lo que implica asumir que el error es algo habitual y siempre se puede superar.
La relación entre profesor y alumno cambia. El docente debe de establecer unas normas y fomentar la interactividad para que los alumnos asuman su compromiso con el juego, estableciendo el objetivo final, resolviendo el problema, por ejemplo, antes que los demás jugadores.
Como ejemplos prácticos tenemos el I-Help, plataforma de las preguntas imposibles; Re-Mission, en el campo de la salud o Greenify, dedicado al medio ambiente.